Carlos Bonil

CARLOS BONIL EN “OTROS SALONES”.

Entrevista publicada en la edición #67 del periódico Arteria. Marzo, 2019.
Versión extensa.

 

Humberto Junca: ¿Recuerda alguna experiencia educativa, tanto fuera como dentro del salón de clase, que haya sido fundamental para usted?

Carlos Bonil: Recuerdo muchas experiencias; pero, quiero comenzar hablando de mi mamá, Susana Gómez. Ella estudió Diseño de Interiores, Nutrición y Mecánica Dental. Y lo cierto, es que me enseñó a pintar, porque en vacaciones no le gustaba vernos ni a mí, ni a mis hermanos, Luz Marina y Germán, vagando por la casa, por eso nos hizo como unos talleres artísticos privados. Yo debía tener ocho años cuando empezó con ese plan. Lo curioso, es que ahora ella está haciendo arte. Creo que el que yo haya estudiado Artes Plásticas, la motivó a hacer cosas como más en serio, y ya ha tenido unas cuantas exposiciones, muy personales, y que a mí me han parecido estupendas. Para su primera exposición, construyó unas pequeñas maquetas que representaban escenas de crímenes, de homicidios. Fue una exhibición muy curiosa y sorprendente. Por otro lado, recuerdo que a los seis años de edad, tuve una caja de zapatos donde coleccionaba materiales y objetos de desecho que me interesaban, como los empaques donde vienen las pastillas, o los ganchitos plásticos que vienen con las medias, pitillos, pedazos de papel aluminio. Todo eso lo guardaba en “la caja de la basurita”, así la llamaba; para luego hacer juguetes. Así, construí unos Transformers con cajas de drogas, que por supuesto podían ser vehículos y robots a la vez, como en la serie de dibujos animados. Confieso que la televisión me marcó mucho, y me encantaban los programas donde las personas o las cosas se transformaban, como Manimal o Automan, o las series donde los personajes creaban cosas raras como Los Magníficos o MacGyver. También recuerdo un programa educativo japonés llamado ¿Puedo hacerlo yo?, presentado por un par de personajes llamados Noppo y Gonta. Con nueve o diez años de edad, de dos a cuatro de la tarde, estaba siempre enganchado al televisor viendo la Cadena 3, la que nadie veía, la de “la televisión educativa y cultural”. Fue ahí, donde escuché por primera vez a Kraftwerk, grupo de música electrónica que admiro mucho, pues su “Spacelab” era el tema de entrada de uno de esos programas educativos.

Pero volviendo a mi mamá, ella fue muy importante para mí, porque además, me enseñó que el error es importante, y que hay maneras en las que se puede volver un logro. Por ejemplo, en uno de sus talleres, decidió proponernos la copia de una imagen. Mi hermana, escogió copiar el dibujo en la portada de su cuaderno de Betsy Clark; y yo, copié el dibujo en la portada de mi cuaderno de Mickey Mouse. Mi hermana es un poco de mal genio, y cuando se le manchó el dibujo, se puso insoportable. Entonces, mi mamá le dijo: “No, nena, lo que tienes que hacer ahora es tratar de aprovechar ese accidente”. Y yo dije: “Sí, por ejemplo…” y manché mi propio dibujo para posteriormente convertir ese manchón en una banca al lado de Mickey. Ese fue un aprendizaje fundamental, muy basto. Fue una cosa que pasó en un minuto, me marcó, y se la debo a mi mamá.

 

H.J: ¿Y qué recuerda del colegio?

C.B: Recuerdo mucho la clase de literatura de sexto grado, a cargo de un profesor que se llamaba Luis (no recuerdo su apellido). Es extraño, porque no soy buen lector, pero esa clase me pareció increíble. Me gustaba la manera en que Luis nos invitaba a ser creativos. Y con él escribí mis primeros cuentos y poemas. En ese momento, estaba en Pereira, en el Colegio Calasanz. Yo nací en Bogotá, pero viví seis años en Cali, luego regresé a Bogotá, después me fui a Armenia, de nuevo estuve en Bogotá, y luego viví en Pereira.

 

H.J: ¿Porqué tanto viaje?

C.B: Porque mi papá, Moisés Bonil, era un químico que trabajaba en Bavaria y lo trasladaban todo el tiempo. Ahora recuerdo, que en tercero de primaria yo era el que mejor dibujaba del salón, y me encargaban dibujos. Una niña que me gustaba, me encargó que le dibujara un pollito; eso se sintió como un premio. Ese mismo año, tuve una experiencia muy extraña: nos pusieron a dibujar cómo vivían los indígenas en tiempos precolombinos, y yo hice a un indígena como meditando, desnudo, mostrando el pene. Eso como que escandalizó, sorprendió y también fue chévere. Para la profesora eso fue estimulante; o al menos, no me censuró el dibujo. Luego, en cuarto de primaria, participé en un concurso de canto representando al salón. Y preciso, el día de la presentación, frente a todo el colegio, por los nervios se me fue la voz, y no fui capaz de cantar “Pueblito Viejo”. Por supuesto, así aprendí, a las malas, que hay que controlar los nervios. Mucho después, ya estando en once, nos pusieron a visitar diferentes universidades, para ver qué nos interesaba; yo me fui a la Nacional, y detrás del edificio de Artes, por pura casualidad, me encontré a un estudiante en silla de ruedas en mitad de una entrega, hablando sobre su trabajo: una escultura hecha en metal, como de un ángel o de un personaje alado y a mí eso me pareció demasiado. ¡Unas alas metálicas hechas por un tipo en silla de ruedas! Era la primera vez que iba a la Nacional, y de inmediato supe que quería estudiar ahí. Afortunadamente me presenté y pasé. De hecho, gracias a que pasé en la Universidad Nacional, pasé también Química en el colegio. El profesor de Química era un fanático ferviente de la Nacional, porque él había estudiado allá, y adoraba a su alma mater. Yo tuve recuperación en once de Química, porque contando iones era pésimo; y cuando entregué el examen, él me dijo: “Carlos, le fue muy mal; pero ¿usted qué va a hacer?” y cuando le conté que ya había pasado a Artes en la Nacional, me respondió: “¡Estupendo camarada, entonces que me le vaya muy bien, ya pasó Química!”

 

H.J: ¿Qué dijeron sus padres cuando les contó que iba a estudiar Arte?

C.B: Mi papá me dijo que estudiara algo más serio, pues siempre podía tener el arte como un hobby. Por supuesto, a mi mamá le encantó la idea desde el principio. Pero, lo más raro fue lo que pasó en el colegio: como había perdido décimo estaba con gente que conocía relativamente poco y cuando el director del grupo nos preguntó qué íbamos a hacer, unos dijeron Ingeniería Industrial, otros Administración de Empresas y cuando yo dije “Artes” todo el mundo se rió. ¡Hasta el director del grupo se rió! Eso fue muy incómodo. Yo pensé: ¿Saben qué? ¡Muéranse todos, porque voy a estudiar Artes, y voy a ser una chimba! Eso me marcó. Esa experiencia, hace parte de las cosas que son tan negativas, que finalmente resultan siendo positivas. Como cuando en la Universidad me encontraba con un mal profesor; pues yo creo que hay que aprender, tanto de los buenos, como de los malos profesores. Los profesores malos me enseñaron cómo yo no quería ser.

 

H.J: ¿Qué profesor o qué clase de la carrera recuerda con agrado?

C.B: Recuerdo mucho Concepto y Medio, con José Hernán Aguilar. El título de la clase era claramente un chiste. Era una clase demasiado frita. A veces José Hernán llegaba bravo y no nos daba la clase; y otros días era un amor y uno no sabía bien qué decir, o cómo reaccionar. Al principio, todo el mundo le tenía miedo; pero después entendí que su idea era como cachetearnos, sacudirnos, despertarnos y hacernos pensar. Un día llegó con un video de Brian Eno y puso el televisor de medio lado, luego nos preguntó: “¿Porqué hay que ver este video de medio lado?” Y yo contesté: “Por el formato”. Y él feliz exclamó: “¡Exactamente!” Aquel día, me sentí la persona más inteligente del mundo, por haber dicho esa pendejada. José Hernán quería hacernos pensar sobre las cosas que usamos, sobre el uso de la materia; incluso, la materialidad de un video, que se muestra en un televisor conectado a una pared. Además, él nos mostraba de todo: video-clips, documentales, películas, música. Con él vi por primera vez un video-arte y un video-performance. Recuerdo que recalcaba que lo interesante es que esas cosas no eran arte; pero ahora lo son. Esa manera expandida de ver el arte también me marcó, y en mis clases hago lo mismo: les muestro a los estudiantes películas, los pongo a hacer aparatos, a oír música, a ver video-clips. Incluso, en mi proceso plástico, no siento que el arte sea un templo sagrado o una disciplina perfectamente definida cuyos límites hay que respetar. Yo pienso todo lo contrario: el arte crece y se vuelve interesante y significativo, cuando se rompen sus límites, o cuando se pone en otro contexto, o cuando se hace con medios que pueden parecer inapropiados. Así, de alguna manera, un dibujo puede volverse un video. Estoy pensando en una pintura que hice a partir de un grabado de Edvard Much: era la representación de una ventanita para ver videos, de un viejo programa de computador llamado Windows Video Player, así, pinté una ventanita de esas, con mi auto retrato adentro, y en la parte de arriba, donde sale el título del video o el nombre del archivo, escribí “One Frame Video”. Entonces, una pintura puede ser un video de un solo cuadro. ¿O no? Creo que los medios no pueden dejarse limitar, ni por la técnica, ni por lo técnico, ni por tecnicismos. Sin embargo, la academia y el arte en sí, y su puesta en escena, la manera en que se exhibe en galerías y museos, es muy convencional, todavía. Y yo me incluyo ahí, lo mío no es lo más innovador del mundo; pero al menos, trato de pensar, de problematizar categorías y medios.

 

H.J: Hábleme un poco de su tesis, porque creo que fue bastante debatida.

C.B: Yo hice la tesis en dúo, con Marcela González. Era una especie de instalación escultórica, sonora e interactiva, que definimos como “una gran maqueta de una ciudad postindustrial”, con edificios que se intercomunicaban a través de luz, sonido y movimiento. Construimos torres de energía, antenas repetidoras, y unos satélites que eran unos cascos con antenas y radios, que podían usar los espectadores, y que de acuerdo a su ubicación y a su desplazamiento, capturaban diferentes emisoras. Todo eso, el uso de antenas y la amplificación de señales de radio, lo aprendimos sobre la marcha. Muchas cosas las aprendimos, en la misma tienda donde compramos los componentes de nuestros aparatos. Íbamos y preguntábamos: “¿Qué es esto?”. Y nos explicaban: “Esto es una fotocelda, esto es un LED y esto es un cable coaxial.” Esa fue la manera en que nos acercamos a la tecnología y al low-fi. En esa época, hablaba mucho con Gustavo Zalamea –él fue mi profesor en Taller 8- y con Alberto Lezaca, otro de mis profesores, y quien nos ayudó muchísimo con las máquinas que estábamos haciendo. Alberto era muy joven, y resultó dictando clase en la Nacional, invitado por Gilles Charalambos. Recuerdo que en una clase, Alberto nos mostró un video de Einstürzende Neubauten; conocer ese grupo fue revelador. Ellos no se denominan “industriales”; pero sí que lo son. Ellos emplearon objetos, herramientas y máquinas industriales como instrumentos musicales, y al hacer eso, influenciaron a muchas bandas que les precedieron. Neubauten está entre lo experimental y lo clásico, por eso, a veces, lo veo como un grupo del siglo XIX, como un grupo que no es de este tiempo. Y ya que lo mencioné, debo decir que en su clase de multimedia, Charalambos también me mostró cosas muy interesantes. En ese momento, la carrera de Cine y Televisión y la de Arte tenían clases en común, y eso era cheverísimo. Otro profesor notable, que tampoco era de Arte, fue Roberto García. Él daba clase en el Conservatorio, en la carrera de Música, y allí me dictó Síntesis de Sonido. En esa clase había un sólo computador, para treinta estudiantes. Ese computador tenía Pro Tools, el programa de edición de audio necesario para llevar a cabo la serie de trabajos propuestos. Y para poder usar ese computador, al menos durante una hora, uno tenía que inscribirse con mucho tiempo de antelación; y yo me negué, nunca me inscribí y comencé a desbaratar grabadoras, para que amplificaran de manera extraña sonidos grabados en casetes. Así, hice loops, scratchs y feedbacks. En la entrega, el último día, Roberto me dijo: “Me encanta todo esto; pero, no sé bien qué hacer con usted, porque lo que usted está haciendo no es síntesis de sonido; es todo lo contrario… pero ¿sabe qué? ¡Se sacó un cinco!” Muy extraño, ¿no? Roberto es lo máximo.

 

H.J: ¿Estando en la Nacional vio alguna exposición fundamental, importante para usted?

C.B: Recuerdo Doméstica, una exposición colectiva que se hizo en la Galería Santa Fe, cuando quedaba en El Planetario de Bogotá. Allí habían piezas de Alberto Lezaca y de María Isabel Rueda. Y es que María Isabel, que en ese entonces era compañera mía, fue también muy importante para mí. Ella fue, de alguna manera, compañera pero también mentora: me ayudó mucho durante la carrera. Ella ya había estudiado publicidad, era mayor, conocía mucho y tenía un montón de libros estupendos. Recuerdo que tenía uno de Mike Kelley y así, gracias a ella, conocí a ese artista. La obra de Kelley es también muy importante para mí. Su trabajo es muy variado, él nunca se quedó en una sola cosa y eso me parece ejemplar. Obvio, si uno ve toda su obra, está claro que hay una preocupación o una obsesión central por el mundo juvenil y lo “incorrecto”, digamos; pero él empleó muchos medios y técnicas para darle cuerpo a ese interés. Me gusta mucho una pieza titulada “Educational complex”, que es una gran maqueta arquitectónica, con todos los colegios donde él estuvo. Y esa maqueta tiene unos huecos, unos vacíos, que según él, representan sus complejos; como cuando la memoria elimina ciertas cosas traumáticas. Además, me gusta mucho la relación de Kelley con la música: su obra aparece en portadas de discos de Sonic Youth, e hizo parte de un grupo llamado Destroy All Monsters. Otra exposición que me pareció buenísima fue Fantasmagorías. Yo ya había salido de la Universidad; pero me encantó esa curaduría de José Ignacio Roca. Siento que esa exposición, es sobre los medios entendidos a lo Marshall MacLuhan: como médiums, como espiritistas que, por supuesto, son canales de comunicación. Otros artistas importantes para mí, y que he conocido a través de libros son: Jason Rhoades, ese señor que hacía desórdenes; o Maurizio Cattelan; o Paul McCarthy. Y ahora recuerdo a un colectivo que me mostró Alberto Lezaca: Survival Research Laboratories. Ellos hacen máquinas enormes que se ponen en marcha para demostrar su resistencia, hasta que se destrozan. Es que a mí me gusta la destrucción, o mejor, la deconstrucción. Una vez con Felipe Uribe, amigo y colega, estuvimos hablando un buen rato sobre un concepto que nos inventamos llamado “la trucción” y que designa ese estado donde es necesario desbaratar algunas cosas, para construir algo nuevo que uno sabe, no va a durar, porque se va a seguir desbaratando. Esa es la realidad de la materia.

 

H.J: A propósito de música y grupos, usted tiene una banda con su hermano.

C.B: Sí, con Germán tenemos un proyecto musical llamado Mugre, desde el año 2005. Pero antes, hice parte de AC y DC junto a Andrés Vilá, Marcela González y Carolina Pardo. Y mucho antes, estuve en un montón de grupos, como Blood Pudding, Oda, La Esfera, o Guascarrileitor. Y paralelamente a Mugre, he tocado en PPP, Trilobite y Montón Volador. Aunque hemos tenido nuestras diferencias, a la hora de tocar con mi hermano, se genera una situación telepática; con él, la comunicación se vuelve una cosa extrasensorial. De la música he aprendido a dejarme llevar por lo que está sucediendo, y a aportar desde lo que soy y lo que siento, de manera inmediata.

 

H.J: Usted también es profesor.              

C.B: Sí, en este momento dicto dos clases: Imagen Precinemática y Sonido. En la primera, estudiamos los aparatos que se inventaron para poner la imagen en movimiento, y que anteceden a la aparición del cine, como la cámara oscura, la linterna mágica, los zootropos, los praxinoscopios o los fenaquistiscopios. Construir estos aparatos es maravilloso, y siempre sorprendente. He aprendido mucho, investigando sobre la historia de la imagen en movimiento antes del cine. Como no hay una bibliografía extensa al respecto, la verdad estoy en deuda con Werner Nekes, un cineasta alemán, quien además, era un coleccionista apasionado de objetos ópticos y demás aparatos precinemáticos. En la red hay un documental muy interesante, sobre los objetos de su colección, titulado Film before film. Ahora, leer un libro o ver un video no basta, con estos dispositivos hay que trabajar, y experimentar durante la marcha. Hay que poner manos a la obra, y así, ensayar fuentes de luz, lentes, velocidades y distancias.

 

H.J: ¿Cree que se puede enseñar a ser artista?

C.B: Se aprende a ser artista; pero no se enseña. Mejor dicho, la carrera de Arte no depende de quienes la dictan o la dirigen; depende de quien la estudia.