Margarita Rodríguez

MARGARITA RODRÍGUEZ EN “OTROS SALONES”

Entrevista publicada en la edición #56 del periódico Arteria. Noviembre, 2016.

 

Humberto Junca: ¿Recuerda alguna experiencia educativa fundamental para usted, ya sea en los posgrados que realizó, en el pregrado que cursó o incluso en el colegio?

Margarita Rodríguez: Sí, claro. Comienzo por el principio: yo estudié en tres colegios en Bogotá. El primero fue el Gimnasio de Nuestra Señora al que todos llamábamos el “Nena Cano” (por Elena Cano, su fundadora). Allí, en segundo de primaria nos dio clase de historia del arte Gloria Nieto de Arias. Recuerdo que ella nos ponía a jugar teléfono roto a partir de láminas de grandes obras del arte universal. Eran imágenes que iban del arte clásico hasta van Gogh. Así, tuve mi primer acercamiento a los grandes maestros del arte. Cuando este colegio se cerró, estudié en el Gimnasio Santa Ana y luego me pasé al Gimnasio Femenino. Allí dictaban una clase que se llamaba Diversificación donde se podía elegir un área de profundización, de acuerdo a lo que uno pensaba estudiar. En ese momento, yo quería estudiar Ingeniería o algo así, porque me iba súper bien en matemáticas; pero una profesora me dijo: “Si usted ya sabe que va a estudiar Ingeniería durante los próximos cinco años, pues aproveche y métase mejor ahora en algo distinto. ¡Métase a los cursos de Arte!”  Yo le hice caso y así hice mi último año del colegio con profundización en Arte. De nuevo, fue un repaso desde el periodo clásico hasta los Impresionistas. También tuve clases de dibujo técnico y pintura. Cuando llegó el momento de definir mi carrera, se me hizo tan interesante y retador el Arte que abandoné por completo la idea de meterme a Ingeniería. Así, empecé estudiando Medios Audiovisuales en el Politécnico, donde cursé unos semestres. Pero no me gustó esa universidad, por eso decidí hacer un alto para meterme a estudiar francés. Y junto al francés, decidí hacer un curso de fotografía en Los Andes… ¡y me encantó esa universidad! Además, me enteré que el pregrado en Los Andes tiene un énfasis en Historia y Teoría del Arte. Así, cambié de carrera.

 

H.J: ¿Cuando decidió estudiar Arte, contó con el apoyo de su familia?

M.R: Sí, siempre. Lo único que me dijeron cuando me pasé del Politécnico a Los Andes, fue que tenía que comprometerme a terminar la carrera de Arte.

 

H.J: ¿De niña, sus padres se interesaron por acercarla al mundo del arte?   

M.R: No. Cero. Mi papá es ingeniero y mi mamá es socióloga. Ellos nunca me llevaron un domingo a un museo.

 

H.J: ¿Qué recuerda de Los Andes?         

M.R: Los dos primeros semestres, estuve un poco perdida porque el enfoque en Los Andes es muy contemporáneo y, como le dije, lo que yo sabía apenas llegaba al arte moderno. Afortunadamente, cuando estaba en tercer semestre, en la clase de Teoría del Arte Contemporáneo con Fernando Escobar leí el libro “Después del Fin del Arte” de Arthur Danto. Ese libro fue súper revelador; leyéndolo entendí muchas cosas. Hasta la modernidad, el arte se entendía como una sola cosa; pero con la aparición del arte contemporáneo, este se abrió a un sin fin de narrativas. Es decir, según Danto, hoy por hoy, no hay una sola manera de hacer arte; ahora hay múltiples mundos del arte. Por tanto, hoy sería absurdo proponer una sola visión del arte, así como sería ridículo sostener que existe un sólo mercado del arte. Esa diversidad, la pluralidad del arte contemporáneo, empecé a entenderla en ese momento. También me acuerdo mucho de la clase de Publicaciones con Lucas Ospina. Él enfatizaba la importancia de la escritura. Leíamos y nos ponía a escribir. Le parecía fundamental que cada uno de nosotros tuviera algo qué decir y lo supiese comunicar. Leíamos los textos de los demás y los comentábamos entre todos. Así mismo, aprendimos algo de InDesign, de diagramación digital; y al final del semestre publicamos un librito. También, recuerdo mucho la clase de Historia del Arte que me dictó María Clara Bernal: la bibliografía que nos propuso era buenísima y tremendamente actual. Y recuerdo que me gustó mucho una clase de Estudios Socioculturales con Cecilia Balcázar… y un seminario sobre Foucault dictado en Filosofía. En Los Andes, tuve la oportunidad de tomar clases de otras carreras, eso fue súper importante para mí. Cuando terminé la universidad, no tenía muy claro qué iba a hacer. No había mucho campo para laborar en la parte de Historia y Teoría en Colombia; pero, me salió un trabajo en la Galería Goodman Duarte (después pasó a ser L.A. Galería). Podía escribir, si quería. Tenía la opción de interactuar con el público y tratar de vender. Ahí, me di cuenta que deseaba seguir por ese camino. Así mismo, noté que la profesionalización de las galerías en el país, es casi nula; el vender arte en Colombia, ha sido un negocio muy intuitivo. Por eso, me puse a buscar maestrías relacionadas con el mercado del arte y aprovechando que hablaba el idioma, me fui para Francia y cursé Mercado y Comercio Internacional del Arte en la ICART (L’École des Métiers de la Culture et du Commerce de l’ Art). Ese posgrado era súper francés. Yo pensaba que me iban a enseñar cosas más actuales pero la mayoría del tiempo le dimos vueltas al arte romano y al arte medieval… es que en Francia hay un mercado muy grande para todo lo clásico o lo antiguo, ya sean piezas de arte o de mobiliario. Así, tomé clases dónde aprendí a reconocer las cualidades y valores de los distintos mármoles o las distintas maderas empleadas en Francia, siglos atrás. Lo bueno de esa maestría, es que podíamos hacer una práctica durante seis meses y yo conseguí hacerla en la Galería Yvon Lambert de París. Yvon es un hombre importante, desde fines de los sesenta, fue uno de los primeros galeristas en llevar arte norteamericano a Europa. Él exhibió artistas conceptuales como Sol LeWitt, Robert Barry y más adelante, artistas como Jenny Holzer. Hacer mi práctica allí fue una experiencia magnífica. Yo trabajé en el register que es el departamento que maneja la importación y exportación de obras. Aprendí cómo se manejan los impuestos de entrada y de salida, qué es una “exportación temporal”, que debe llevar un contrato de consignación -si se quiere prestar una obra a un museo, por ejemplo-, aprendí hasta a embalar obras. Aquella práctica fue buenísima.

 

H.J: Usted también cursó un posgrado en Sotheby’s.         

M.R: Sí. En el 2008, recién llegada a Francia, fui a una Feria de Universidades. En dicho evento había un stand de Sotheby’s y me encantó. Más adelante, en un viaje que hice a Nueva York los visité. En Paris había visto su programa en Contemporary Arts; pero en Estados Unidos me mostraron el de Art Business y me gustó mucho. Así me presenté, pasé, y al terminar mis estudios en Paris me fui para Nueva York. En Sotheby’s invitan a personas súper prominentes a las clases. Como lugar de networking es ideal. Y Nueva York, en cuanto a arte, no tiene igual. Tiene una pluralidad que es fantástica. Culturalmente hablando, es una ciudad muy generosa. Allá se valora mucho el trabajo y todo lo que uno proponga. En Nueva York lo importante es hacer, es contribuir.

 

H.J: ¿Recuerda alguna clase fundamental para usted en Sotheby’s?    

M.R: Había una buenísima que se llamaba “Mapping the Art World” donde se nos explicaba cómo funciona el mundo del arte. En Europa, tradicionalmente, es el Estado el que ha mantenido al arte. Puede que esto esté cambiado un poco, pero cuando estuve en Paris, me di cuenta que el Estado francés, tiene un programa por medio del cual compra arte a las galerías, para apoyar tanto a sus artistas como a sus museos regionales. En cambio, en Estados Unidos el mercado se apoya mucho más en individuos, en coleccionistas privados. Y ha sido así desde el principio. Las grandes colecciones de Estados Unidos, se formaron gracias al apoyo e interés de grandes barones industriales, como Mellon o Carnegie. Por eso, todos los museos de Estados unidos cuentan con el apoyo de grandes empresarios. Con ellos, se mancomunan para armar exposiciones o nutrir sus colecciones, con diferentes programas de adquisiciones. Por tanto, dichos museos están siempre haciendo galas, cenas y demás, buscando más patrocinadores. Por eso mismo, allá, la parte del networking es súper fuerte; todo el mundo está pendiente de ver a quién conoce o con quien habla. Obviamente, por esto mismo, es un medio súper competido y muy activo. El que se duerma, no aguanta. De todo esto se hablaba en “Mapping the Art World”. Esa clase la dictó András Szántó. Él organiza muchas de las charlas en Art Bassel y fue un estupendo profesor. Recuerdo también, una clase llamada “Prácticas Profesionales”, donde nos hablaban sobre las relaciones entre las galerías y los artistas, y las formas de solucionar problemas puntuales. Estudiamos muchos casos hipotéticos. ¿Qué pasa si al artista se le daña la obra en una exhibición? ¿Qué pasa si un coleccionista demanda a una galería? ¿Qué pasa si un artista demanda a una coleccionista? Y obviamente, vimos cómo funcionan las subastas: nos ponían a hacer subastas ficticias en clase y podíamos ir a todos los previews de las subastas de Sotheby’s. En la época en que estudié, era plena crisis, así que tuve la oportunidad de ver cómo se redujo el mercado y luego, cómo se levantó, otra vez. Una cosa que nos enfatizaban, en todo momento, era el tema de “la reputación”. Es decir, hay que evitar a toda costa incumplir un contrato, tomar ventaja o insultar a alguien. Una mala jugada, hacerse de una mala reputación en el mundo del arte, se paga muy caro.

 

H.J: ¿Cómo ve a Colombia respecto a todo esto?

M.R: En los últimos años, el país ha cambiado mucho. Justo cuando volví de Nueva York, José Ignacio Roca abrió Flora y comenzaron a aparecer espacios muy interesantes como La Central -que ahora es El Instituto de Visión. Creo que respecto a otros países de Latinoamérica, en términos de mercado, Colombia ha avanzado mucho; y esto, lo sostiene mucha gente. Finalmente, las galerías colombianas están proyectando a sus artistas en el exterior, están saliendo a distintas ferias. Por otro lado, vienen artistas extranjeros al país y exponen y hacen residencias. Pero claro, faltan cosas. Creo que necesitamos coleccionistas y galeristas mejor educados. Coleccionistas y galeristas que vayan a ver las tesis de los pregrados y los posgrados en arte. Coleccionistas y galeristas que vayan a los open studios. Sobre todo, necesitamos coleccionistas que se aventuren a comprar otras cosas. A veces, hablo con gente que me dice que les encanta comprar arte, y yo les pregunto dónde, y me nombran las mismas tres galerías. Un mercado saludable tiene que ser curioso, plural y atrevido. Las empresas en Colombia, nos han acostumbrado a la figura del monopolio, y esto, lamentablemente, se refleja también en nuestra escena artística. Hay muchos artistas y mucho arte muy bueno y variado que necesita ser mostrado y apoyado. Imagino que en Colombia, eso se irá dando con el tiempo. Así mismo, es importante impulsar entre los compradores y coleccionistas privados, la importancia de apoyar eventos e instituciones.

 

H.J: ¿El coleccionismo colombiano tiene un gusto definido?

M.R: Claro. Por países se ven tendencias. En Colombia gusta mucho el dibujo prístino, delicado, tipo Mateo López o Nicolás París. Sí, aquí a la gente le encanta el dibujo.

 

H.J: Hay personas que confunden el mercado del arte con el arte; pero no son lo mismo.

M.R: El arte es una cosa y el mercado del arte es otra. Las razones y motivos que se aplican en uno, no son las razones y motivos del otro. Le doy un ejemplo curioso: en Sotheby’s conocí a un coleccionista súper famoso, hiper millonario, quién nos mostró en clase las obras que más le gustan de su colección y entre ellas, estaba uno de los armarios de Doris Salcedo. Al final de su charla me acerqué, me presenté y le pregunté cómo había conocido la obra de Salcedo y dónde la tenia exhibida. Él me dijo que la tenía en su cuarto. Sorprendida le pregunté si no le daba susto dormir con un mueble donde hay ropas y vestigios de personas desaparecidas. “No, a mi eso no me da miedo –me contestó-; pero mi esposa teme que si llega a temblar se nos caiga ese armario encima”. Así, entendí que las razones por las cuales Salcedo hizo esa pieza -una reflexión sobre nuestra falta de empatía y memoria frente al desplazamiento y la violencia en Colombia- se habían perdido en el mercado del arte; pues, a este señor, lo que le interesaba era tener una pieza de Doris Salcedo, nada más. Para decirlo de forma directa: el valor comercial de una obra, no tiene nada que ver con su valor artístico. Por eso, hay tanta especulación en el mercado del arte. Se piensa que si la obra cuesta un montón, es porque es muy buena; y eso, no siempre es así. Ahí están, como ejemplo, las obras de Damien Hirst que se han ido al piso, o al menos ninguna se vende en las subastas, ya nadie las quiere comprar. Eso de saber a ciencia cierta el valor real de una obra, es muy difícil. Se puede dar el caso de encontrar obras maravillosas que no valen nada, porque el mercado no las conoce. Obras, que por tal motivo, se pueden adquirir muy baratas y que luego pueden costar una fortuna. Eso lo hemos visto aquí, en Colombia. ¿Cuánto costaba una obra de Miguel Ángel Rojas antes que lo impulsara Alcuadrado? Por otro lado, hay gente que compra unas cosas que uno no se explica. Hay obras muy malas, que se venden en diez mil dólares, sin ningún problema. La conclusión es que si uno va a comprar, uno no se puede guiar ni por el precio, ni siquiera por el nombre del artista, pues hay cosas pésimas de artistas muy buenos, descaches que se venden a precios absurdos. Si uno va a comprar, se debe comprar por la razón más sencilla, y al fin y al cabo, la más válida: por gusto. Así comienza todo el mundo. Y si una persona quiere comprar por inversión, pues va a tener que aprender. Aprender de la historia del arte, aprender sobre el artista que le interesa… y sobre todo ver, ver todo lo que pueda. Ver en revistas, libros, academias, subastas, galerías y museos.

 

H.J: ¿Qué han estudiado los que trabajan en el mercado del arte?

M.R: Hay de todo un poco. La mayoría de quienes estudiaron conmigo venían de la Historia del Arte, o de estudiar Mercadeo, o de estudiar Derecho.

 

H.J: ¿Cree usted que se puede enseñar a ser artista?       

M.R: Hay quienes no han recibido una sola clase, e igual son artistas. Yo fui estudiante de artes plásticas, tengo una formación artística; pero eso no me hace artista. Al menos, yo no me considero artista. Pienso que ser artista, es más una elección, es un compromiso personal.