John Castles

JOHN CASTLES EN “OTROS SALONES”
Entrevista publicada en la edición #55 del periódico Arteria. Septiembre, 2016.

 

Humberto Junca: ¿Recuerda alguna experiencia formativa, ya sea dentro o fuera del salón, alguna clase o algún profesor que haya sido fundamental para usted?

John Castles: Recuerdo esta experiencia maravillosa: estando en el colegio, tal vez en quinto de primaria o en primero de bachillerato, con un amigo peruano -quien hoy es escritor-, Abelardo Sánchez León, jugábamos a hacer películas. Pero no con filmadora; sino con papeles. Cogíamos una caja de cartón y entonces hacíamos unos dibujos y esa era una escena y después venía la otra, y llegó el malo y no sé qué. Esa fue una experiencia plástica total, pues hacíamos escenografías dentro de la caja de cartón, escribíamos la historia y diseñábamos a los personajes.

 

H.J: ¿Cuál era ese colegio?

J.C: Era un colegio inglés, el Markham College, en Lima. Yo viví allá unos cuatro años, porque mi papá era ingeniero de petróleos, trabajaba con la Mobil y fue trasladado varias veces. Por eso, mi infancia la viví en Barranquilla, ciudad donde nací; pero también en Bogotá, en Medellín y en Lima.

 

H.J: ¿Cómo se llamaba su padre?

J.C: John Castles.

 

H.J: ¿Él estaba interesado en el arte?

J.C: No. Aunque a mi papá sí le gustaba estar haciendo planos. Claro, él dibujaba y muy bien; pero no con el propósito de hacer obras de arte, ni nada de eso.

 

H.J: Volviendo a esas películas “artesanales”, ¿se las proyectaban a la gente?

J.C: A veces invitábamos a algún amigo; pero la verdad, eso era sólo entre nosotros.

 

H.J: Semejante actividad demuestra que a ustedes les gustaba el cine.

J.C: Claro que sí. Estábamos “pelaos” y nos gustaba ir a películas para mayores de 18 años. Recuerdo, por ejemplo, que nos metimos a ver Vértigo y nos gustó mucho. Otra experiencia que recuerdo fue terminando el bachillerato, cuando me comencé a interesar en las artes plásticas. En ese momento, año 1966, vivía en Medellín y me tocó ver el Premio Dante Alighieri en El Museo de Antioquia, dirigido en aquel entonces por Gloria Zea. En él, Bernardo Salcedo se llevó el premio con su famosa primera caja. Y esa fue una cosa que me impactó, porqué me dije: ¡Esto también es arte, qué maravilla, jamás se me hubiera pasado por la cabeza! Por esa misma época, tuve también la oportunidad, por puro curioso, de ver una magnífica exposición en una galería que desapareció, creo que se llamaba Galería Contemporánea; allí vi una exhibición de Carlos Rojas, Feliza Bursztyn y Edgar Negret. Eran obras de pequeño formato, con esculturas de Bursztyn y Negret y unos dibujos de Rojas muy geométricos, que parecían hechos con compás, curvígrafo y tiralíneas, de una precisión increíble. Esa exposición me encantó. Me marcó. Ya estaba por terminar el bachillerato, como le dije; sin embargo, estaba claro que yo no iba a estudiar artes porque ni sabía dibujar, ni nada… yo no me consideraba un artista. Ese era el prejuicio que tenía. Me gustaba el arte; pero como no tenía el don del dibujo o el don de la pintura, ¿para qué me metía a eso? Claro está, que después me di cuenta que pensar de esa forma, era una bobada, era una idiotez.

 

H.J: Entonces, ¿qué carrera escogió?

J.C: Yo estudié Arquitectura. Esa fue mi formación académica. Y a través de la Arquitectura, poco a poco fui llegando a las Artes Plásticas. Comencé en la Universidad Javeriana y después hice un traslado a la Universidad Nacional en Medellín, donde me homologaron algunas materias. Estudiar en esos años, fue muy difícil, por la cantidad de paros e interrupciones académicas que hubo.

 

H.J: ¿Porqué se pasó de Bogotá a Medellín?

J.C: Por mi papá. Al comienzo de la carrera yo vivía aquí en Bogotá con él; pero luego viajamos a Medellín. Y seguí en Arquitectura porque me encantaba.

 

H.J: ¿Qué profesores recuerda en esa carrera?

J.C: Ah, ¡yo tuve profesores magníficos en La Javeriana! Como José Leopoldo Cerón, un arquitecto estupendo. O como Juan Ferroni, nieto de Giovanni Ferroni, el pintor académico italiano que murió aquí, en Colombia. O como Carlos Arbeláez Camacho, excelente también. Y me tocó un profesor de Historia del Arte maravilloso, un Jesuita, el Padre Alfonso Borrero. Ahora, directamente relacionado con el arte, le cuento que estudiando en La Javeriana, tomé un curso de pintura en las vacaciones, con Armando Villegas. Él era muy buen profesor. Siempre le pedía a los estudiantes experimentar con la materia, de forma paralela a como él lo hacía por esos años. Su pintura era muy abstracta pero con una carga matérica, con una textura tremenda, muy cercana al informalismo. Más que la perfección de la pintura o del dibujo, él nos estimulaba a experimentar, a encontrar caminos. Pero, volviendo a mi formación como arquitecto, el asunto va, a que en cierto momento descubro a la Bauhaus y sus ideales: esa integración entre arte, arquitectura y diseño para cambiar la vida, para hacerla lo mejor posible, para desarrollar mejores seres humanos, a través de la racionalidad, de la proyectación… en fin, eso me marcó bastante. Y cuando llegué a la Universidad en Medellín, encontré todo eso mucho más acentuado; porque en la nueva Facultad de Arquitectura, en el edificio nuevo que hizo Santiago Forero y que me tocó estrenar, había una cantidad de fotografías de gran formato de El Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe, de La Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright, de La Iglesia de Ronchamp de Le Corbusier… y eran unas fotos inmensas, así que, me imagino que eso también influyó en mí. Mejor dicho, admiraba fuertemente a La Bauhaus, y a la vez admiraba bastante, la arquitectura que se estaba produciendo en Bogotá y en Colombia en ese momento, como la arquitectura de Fernando Martínez, de Rogelio Salmona, de Guillermo Bermúdez. Esa fue una generación muy especial, entre otras cosas. Como ve, estaba metido en la arquitectura de cabeza; pero entonces, a raíz de aquel curso con Armando Villegas, participé en un salón de arte universitario, con un jurado excelente: el señor Karl Buchholz, Francisco Gil Tovar y David Manzur. Ellos me dieron un segundo premio, por unos relieves de cartón, geométricos, con unas franjas de color. Claro está, esos relieves no existen más; eran muy frágiles, eran muy precarios. Luego, estando en Medellín, en 1969 empecé a hacer cosas más en serio y digamos que, la que yo considero mi primera obra, porque existe y se ha expuesto varias veces, es un relieve de madera… así comencé mi carrera artística, en serio y en forma.

 

H.J: Pero, entonces, usted nunca estudió arte.

J.C: No, nunca. Yo llegué al arte, a través de La Bauhaus.

 

H.J: Con razón le gustó tanto la caja de Salcedo. Él, cómo usted, estudió arquitectura; pero se dedicó al arte.

J.C: Sí, sí. Así es. Pero en ese momento, cuando fui a ver el Premio Dante Alighieri, yo no tenía ni idea de quién era él. Ahora recuerdo, que otro personaje muy influyente dentro de mi educación en Medellín, fue Jesús Gámez Orduz. Él estudió diseño en la Escuela de ULM, en Alemania, y fue muy influyente dentro de la Facultad gracias a sus reflexiones sobre la geometría poliédrica, la geometría platónica. La verdad, nunca tomé clase con él; pero fue uno de esos personajes del que todo mundo hablaba, y de rebote, me influenció.

 

H.J: ULM es toda una cantera del diseño moderno alemán.

J.C: Sí. ULM vino a ser como la nueva versión… la versión socialista de la Bauhaus. Tengo que señalar que allá, estudiando arquitectura en Medellín, me encontré con un grupo de jóvenes arquitectos interesados en el arte. Por ejemplo, Hugo Zapata fue mi compañero. Lo mismo Germán Botero, Alberto Uribe o Luis Fernando Valencia. Nuestro encuentro, fue la génesis de lo que después se conoció como “El Grupo de Medellín”.

 

H.J: Así que usted hizo parte de ese grupo.

J.C: Sí. Yo nací en Barranquilla, viví en Lima, vivo en Bogotá, y también soy antioqueño.

 

H.J: ¿Porqué hubo tanto arquitecto interesado en el arte en Medellín?

J.C: La academia de arte de la Universidad de Antioquia llegó a ser como un reducto de toda esa tradición de la acuarela, que pasaba por Francisco Antonio Cano; pero que venía de mucho más atrás. La gente la veía como un lugar muy académico, retrógrado incluso. Y como contrapunto, en esa época se llevaron a cabo las Bienales de Coltejer, en 1968, 1970 y 1972. Yo tuve la oportunidad de verlas. Esas Bienales, tan novedosas y experimentales, tuvieron una gran influencia entre los jóvenes de Medellín. Y a muchos de ellos, con cierta vocación artística, pues no les interesaba mucho irse para esa academia de acuarelistas, y se metieron a estudiar Arquitectura en la Universidad Bolivariana o en la Nacional. Esa fue la situación de varios de mis compañeros. Aunque, algunos de ellos no tuvieron nada que ver con la Arquitectura, como Juan Camilo Uribe. Como sea, lo importante es que para 1970, todos nosotros estábamos haciendo ahí algo; y aquí debo decirle, que estando en décimo semestre y con la Universidad cerrada debido a una de tantas peloteras, decidí retirarme de Arquitectura, dedicarme al Arte, y por eso mandé una obra al Salón Nacional de 1975 y tuve premio. Y eso me empujó a dedicarme definitivamente al Arte. Así, dejé la Arquitectura por completo.

 

H.J: Fue un premio muy precoz.

J.C: Sí, por supuesto. Lo que pasó, es que el jurado de ese Salón Nacional estaba integrado por los ganadores de los Salones anteriores. Fueron como doce jurados, entre los que estaban Eduardo Ramírez Villamizar, Edgar Negret, Santiago Cárdenas, Carlos Rojas, Bernardo Salcedo, Álvaro Barrios, Beatriz González… en fin. Y claro, Ramírez Villamizar, Rojas, Negret y me parece que Cárdenas, todos ellos se inclinaron por mi propuesta, por la que sintieron empatía, con la que tuvieron cierta afinidad conceptual. Estoy hablando de una escultura a la que titulé “Modulación Vertical” construida en aluminio, pintada de amarillo y con tornillos, tal cual trabajaba Negret. Es que en aquella época, la mayoría de escultores hacían cosas en aluminio y con tornillos, incluso Carlos Rojas. Y aquí, tengo que reconocer, que como yo no estudié Artes Plásticas, para pensar la escultura, mi gran maestro fue Edgar Negret. Sin tomar clase con él, su obra me enseñó cuáles eran los problemas del espacio a solucionar. Viendo sus esculturas aprendí de qué se trata el espacio, la ocupación de un lugar, la fluidez, todo eso.

 

H.J: ¿Cuándo comenzó su carrera como docente?

J.C: Mi experiencia como profesor comenzó, gracias a Luis Gonzalo Cadavid. Él era un arquitecto de esos emocionales, apasionados. A él también le debo mucho. Él era un profesor sensacional, estupendo, y además, manejaba los cursos de Diseño Básico en La Bolivariana, la otra Facultad de Arquitectura en Medellín. Un día, Luis Gonzalo me dijo que porqué no lo ayudaba con aquellos cursos de Diseño Básico, y eso hice mientras pensaba: “¡Me llamaron de profesor, si quiera me retiré de la Universidad!” Claro, entré como monitor, como asistente; pero para mí, en ese momento, eso era como ser profesor. Poco tiempo después, se creó en esa Universidad la Facultad de Diseño, y allí entré a dictar mis propias clases, en el año 1976. Obviamente, dicté en los primeros semestres, enfocado en un diseño racionalista… al fin y al cabo, tenía formación de arquitecto. Después, creo que en el año 1977, se empezó a crear la carrera de Artes como parte de la Facultad de Arquitectura en La Nacional de Medellín. A eso le pusieron muchísimo empeño Hugo Zapata, Luis Fernando Valencia y Javier Restrepo. Cuando, finalmente, se abrió el programa, se matricularon estudiantes y yo entré como profesor en 1978. En aquella carrera había una clase muy importante llamada “Taller Central” donde el estudiante ponía en práctica lo que aprendía en otras asignaturas, y proponía el desarrollo de su trabajo, a partir de su propio entendimiento del arte… por supuesto eso se prestaba para unas discusiones, especulaciones y elucubraciones bárbaras. Ese taller, se lo inventaron Hugo, Luis Fernando y Javier. Eso antes no existía; pero a partir de este, muchas otras Facultades lo aplicaron. Y yo estuve dictando ese famoso Taller Central.

 

H.J: Usted ha estado tanto en la carrera de Arquitectura, como en la de Arte y conoce a sus respectivos estudiantes; entonces, le pregunto: ¿qué diferencia fundamental existe entre uno y otro?

J.C: Hace rato que no estoy familiarizado con la formación en Arquitectura; pero obviamente, la formación en Artes Plásticas es mucho más libre, más subjetiva, mientras en arquitectura es más técnica y objetiva. El baño, por decir cualquier cosa, no puede ser más grande que la alcoba. Un cuarto sin ventanas, pues no puede ser. Claro está, que en esos años, la formación en Arquitectura era mucho más funcionalista que hoy día, pues, desde los años ochenta, esta se ha vuelto a acercar a las Artes Plásticas; porque, recordemos que fue en el modernismo cuando se separaron estas dos disciplinas y se dijo “la Arquitectura no es Arte; es la máquina de habitar”, citando a Le Corbusier. Pero, recientemente la forma simbólica ha entrado a ser una parte determinante de la Arquitectura.

 

H.J: En su obra plástica aplica conocimientos arquitectónicos.

J.C: Claro. En todas mis piezas se hace evidente una concepción racionalista. Procuro que mis obras estén engranadas en un sistema lógico, geométrico. Así, una cosa depende de otra. Por otro lado, muchas veces los bocetos de mis obras son plantas y elevaciones; así analizo lo que voy a hacer… y eso es pura arquitectura. En estos últimos años, además, mis esculturas salen del plano, se construyen como plegando, doblando el papel donde fueron bosquejadas.

 

H.J: ¿Tiene alguna metodología propia, ejercicios que le guste proponer a sus estudiantes o algo que lo caracterice como profesor de arte?

J.C: ¿Qué me interesa como profesor? Pues, ¡seguirle la corriente al estudiante! A ver, ¿qué es lo que usted quiere hacer? Bueno, pues pensemos cómo se hace, y démosle por ahí. No me gusta mucho el trabajo dirigido; pero me siento muy bien asesorando.

 

H.J: ¿Se le puede enseñar al estudiante a ser artista?

J.C: No. Desde luego que no. Pero sí se puede crear el clima, el ambiente propicio para desarrollar el ingenio y la creatividad. Por supuesto, las experiencias educativas influyen a los artistas. Pero a un artista no se le enseña; un artista aprende… que es distinto. Aprende de una conferencia, aprende de un profesor, aprende del comentario de otro estudiante, aprende en un curso muy importante que es “Cafetería 1”, “Cafetería 2” y “Cafetería 3”, aprende de una exposición. Lo que sí no es formativo, es cuando el artista se aísla, se cree un genio, se mete en una torre de marfil, fuera de contexto, y se pone a hacer bobadas.