Mateo López

MATEO LÓPEZ EN “OTROS SALONES”

Entrevista publicada en la edición # 61 del Periódico Arteria. Noviembre, 2017.

 

Humberto Junca: ¿Recuerda una experiencia que lo haya marcado, que haya sido fundamental para usted tanto dentro como fuera del salón de clase?

Mateo López: Así de entrada y sin rodeos, lo que me marcó de niño fue la muerte de mi papá. Eso me puso en otra situación. Vi el mundo de forma totalmente diferente y me empecé a relacionar de otra manera con la familia, con las personas. Yo tenía seis años. Y fue un golpe muy duro para mí y para mis tres hermanas: Juana, Manuela y Rosario. Ese dolor, ese miedo me ha acompañado desde entonces y creo que al final ha permeado las cosas que he hecho. Yo soy el menor y haber crecido en una familia de mujeres, con una madre que debió volverse cabeza de familia, eso también me marcó. Mi mamá se llama Margarita Parra de López y es una berraca, yo la admiro mucho pues logró sacarnos a todos adelante. Mi papá se llamaba Hernando López y sí, su muerte dejó un vació, una ausencia que definió un montón de cosas durante mi infancia; me hizo ver las cosas desde otra perspectiva. Por eso gran parte de mi obra se refiere a los cambios: cambios en la forma de ver el mundo, cambios en la forma de entender el mundo.

 

H.J: ¿Cuál era la profesión de su padre?

M.L: Él era ingeniero químico. Yo creo que heredé su forma de pensar y de trabajar. Él era muy racional y estructurado y dibujaba mucho, hacía muchos planos porque trabajó como ingeniero hidráulico.

 

H.J: ¿En el colegio qué clase le gustaba?

M.L: Yo fui muy vago en el colegio. Era muy distraído y no hacía casi tareas porque me quedaba jugando por ahí, armando cosas. Pero la geometría me capturó. Me iba tan bien en esa clase que mis compañeros siempre me pedían ayuda para hacer las maquetas, los modelos. Yo creo, como ya le dije, que eso lo heredé de mi papá o se lo debo a haber crecido viendo sus libros de ingeniería, viendo sus planos y maquetas. Así, entendí que tenía un interés genuino por la representación del espacio y lo tridimensional y por eso, al terminar el colegio, en el año 1996, decidí cursar la carrera de arquitectura.

 

H.J: ¿En qué colegio estudió?

M.L: En el Gimnasio Moderno.

 

H.J: ¿Había clase de arte?

M.L: Sí. Pero me pareció muy floja. Era como una electiva centrada en las humanidades. Así que uno sólo se sentaba a leer con un profesor o nos visitaba un arquitecto y nos explicaba qué era ser arquitecto, o venía un fotógrafo y nos hacía un seminario de fotografía. Es decir, no era una clase práctica y al final todo quedaba apenas insinuado. Era una clase muy superficial. Al salir del colegio presté el servicio militar en el Batallón Guardia Presidencial. Esa fue otra cosa que me transformó, que me hizo ver la vida de otra forma. Fue un año muy raro, de los más extraños que he vivido. Salí de un colegio “gomelo” a vivir la calle, a convivir con otro tipo de personas. Eso me fascinó. Presté el servicio con un amigo del colegio, Santiago Moreno, que tiene muy buen sentido del humor y entre los dos nos ayudamos para aguantar semejante experiencia. Así nos burlábamos de las órdenes y de las contra-órdenes, de los castigos y de los insultos. La mayoría asumían todo el rol, se comían el cuento y se volvían el “soldado universal”. Pero nosotros no lo hicimos. Por supuesto, aprendí a ser un poco más disciplinado y responsable. Y también me gustó eso de sobrevivir con lo mínimo, con una dotación que uno debe de cuidar y conservar durante un año. Me costó un poco, pero finalmente entendí y acepté ese sistema de supervivencia, de si me roban pues yo también robo. Por ejemplo, siempre me robaban las partes del fusil, porque hay todo un mercado negro que vive de revenderlas. Es un círculo vicioso y sin sentido. Así que uno lo acepta: si a mi me quitan, yo quito. Y esa es como la ley de la calle, donde cada quien se defiende como puede. Después del servicio militar entré a estudiar arquitectura en la Javeriana y ahí sí, reventó toda mi juventud. Ya me había desprendido un montón de la casa, ya había salido de un colegio masculino, conservador y represivo, y por supuesto ya había terminado de prestar el servicio militar; así que entré en una época de rumba, de drogas, de experimentar cosas nuevas. Hasta me pinté el pelo. ¡Entré en “modo Trainspotting”!

 

H.J: Pero en arquitectura no es tan común pintarse el pelo…

M.L: Obviamente no. Yo era el bicho raro. Pero estaba muy contento. Me enganché mucho con la música electrónica y con los after partys. Fue una época muy chévere. Visitando a mis hermanas en Londres, descubrí el acid-house y luego el drum’n’bass, el jungle y eso me volvió loco. Así, me fui relajando y poco a poco me di cuenta que podía dejar la arquitectura y dedicarme completamente al arte. En esto, mi hermana Rosario fue fundamental. Ella ya estaba enseñando en Los Andes, acababa de volver de su maestría en Chelsea y me dijo: “¡Suéltese ya!” Seguí su consejo y me fui para Los Andes a estudiar artes.

 

H.J: ¿Recuerda alguna clase o algún ejercicio importante para usted en arquitectura?

M.L: Recuerdo una clase muy chévere que consistía en diseñar un “mono-espacio”, como un espacio a mi medida, con mi escala y en respuesta a mis necesidades y gustos.

 

H.J: ¿Qué dijo su mamá cuando se pasó a estudiar arte?

M.L: No le dije sino hasta que comencé el semestre. Ya estaba en clases en Los Andes y le dije “me cambié de carrera y de universidad.” Entre todos pagamos mi carrera, entre mis hermanas, mi mamá y yo. Me conseguí un trabajo de medio tiempo en una tienda de discos que era de Rodrigo Facundo. Yo era feliz ahí, escuchando todo tipo de música y haciendo mis trabajos de la universidad.

 

H.J: ¿Vió alguna exposición, ya sea dentro o fuera del país, que lo haya empujado a decidirse a estudiar arte?

M.L: Cuando estaba estudiando arquitectura, por allá en 1998, fui a visitar a Rosario, que estaba haciendo su maestría en Londres. Y con ella fuimos a ver una exposición retrospectiva, maravillosa, de David Hockney en el Royal College. Recuerdo que me impresionaron mucho sus dibujos tradicionales. Me parecieron hermosos. Él dejó de dibujar así para ponerse a dibujar utilizando otros medios como el fax, las computadoras, los ipads. Desde entonces, sigo a Hockney pues me interesa su proceso y me gusta mucho su libro “The Secret Knowledge”, donde investiga y demuestra cómo los grandes maestros pintaban con ayuda de aparatos ópticos, lentes, espejos, cámaras oscuras.

 

H.J: La investigación de Hockney sobre el uso de la cámara oscura es estupenda. Sin embargo, a mucha gente no le gustó. Susan Sontag se enfureció cuando leyó ese libro, pues destruye, en parte, la figura del artista genial capaz de capturar a puro ojo la realidad.

M.L: Pero ese era el punto de Hockney. ¿Porqué vamos a negar que la ciencia y el arte han ido siempre desarrollándose de forma paralela? ¿Y porqué los artistas tienen que ocultar los instrumentos y los aparatos que utilizan?

 

H.J: ¿Tuvo en Los Andes algún profesor o alguna clase memorable?

M.L: La verdad pensé que la carrera iba a ser mejor. Creo que salí de Los Andes con muchos vacíos. Pero, por supuesto, agradezco mucho las clases que tomé con Juan Fernando Herrán y con Lucas Ospina. Juan Fernando me dictó instalación y un taller de escultura. Él es un escultor muy berraco y me interesa mucho la forma en que procesa una idea, desde el concepto hasta su materialización. Y la clase con Lucas fue muy importante porque él me hizo dar el giro hacia las cosas que a mi, de verdad me interesan. Cuando terminé la carrera empecé a trabajar como ilustrador y como dibujante de mapas y los ejercicios que Lucas había propuesto me sirvieron muchísimo. Al fin y al cabo, también estaban pensados para utilizar el dibujo como un medio de supervivencia. Él proponía unos ejercicios absurdos, como comisiones. Por ejemplo: diseñar la carátula de un libro de poesía que se titula tal. Entonces, en la clase todos nos mirábamos y nos preguntábamos ¿qué tipo de ejercicio es este? Uno se partía la cabeza tratando de encontrar una imagen… y lo curioso es que tres años después, resulté haciendo ilustraciones para un libro de poemas de Darío Jaramillo titulado “Guía Para Viajeros”. Lo importante es que Lucas nos hizo pensar el dibujo como un instrumento capaz de brincar entre el arte, la ilustración, el diseño y la arquitectura. Me gusta mucho la idea de una escuela abierta, incluyente, que mezcle disciplinas e intereses de acuerdo al estudiante. Por eso admiro el modelo propuesto por la Bauhaus de un taller compartido donde diseñadores, arquitectos, artistas, coreógrafos y bailarines trabajan juntos en torno a un problema, en torno a un proyecto. Nos falta más diálogo interdisciplinario. Nuestra práctica es muy individualista, muy cerrada. Uno se la pasa solo en su taller quemándose el coco y sin contacto o retroalimentación posible. Si se implementara ese modelo de trabajo interdisciplinario y colectivo, sin duda, esta sería una sociedad diferente.

 

H.J: Sé que le interesa la pedagogía pero no ha podido dictar clase. ¿Cuál es la razón?

M.L: No he podido dictar clase por no tener un título, por no tener un cartón. Yo completé todos mis créditos e hice mi tesis, “Dibujo y Memoria” con la dirección de Natalia Gutiérrez y Consuelo Gómez: una serie de dibujos arquitectónicos realizados con rapidógrafos 0.1 y 0.5 sobre papel durex, de los espacios residuales de la Bogotá contemporánea;rupal. rque yo hac materializarll siglo XIX.  para enseñar. Yo completller quem cabo de manera grupal. rque yo hac materializarl rupal. rque yo hac materializarll siglo XIX.  para enseñar. Yo completller quem cabo de manera grupal. rque yo hac materializarledificios, parajes, monumentos abandonados realizados al estilo de los grabados del siglo XIX. Dicha tesis se mostró en un Salón de Arte Jóven, se mostró en el Museo de Arte Moderno de Bogotá… en fin, fue un muy buen trabajo. Pero no me dejaron graduar porque me faltó cumplir un requisito de la Universidad, un puntaje de idiomas. Hice tres intentos a lo largo de dos años y no pude subir ese puntaje, así que me aburrí. Yo ya trabajaba como ilustrador y el dinero que ganaba lo invertía en mi espacio y en los materiales para hacer mi obra y me convencí que no necesitaba el diploma. Mi formación ha sido, desde entonces, el hacer obra, el participar en residencias y por supuesto, el fogueo al realizar exposiciones.

 

H.J: Usted se ganó un premio que consistió en trabajar bajo la turoría de William Kentridge.

M.L: Sí. Me gané la beca “Rolex Mentor And Protégé”, un programa de filantropía que comenzó hace doce años. Ellos cada dos años, reunen a un grupo de curadores e intelectuales de todas partes del mundo, que escogen a una serie de mentores con experiencia sobresaliente, en diferentes disciplinas: teatro, danza, arquitectura, literatura, música, artes plásticas. Y a su vez, reunen a otro grupo de curadores e intelectuales que escogen un grupo de artistas jóvenes a los cuales invitan a aplicar. Este comité, a través de varias rondas de selección, escoge tres finalistas quienes viajan a entrevistarse con el mentor, quien permanece en secreto. Y finalmente, dicho mentor escoge al ganador. Yo me gané la beca en artes plásticas y así llevé a cabo un proyecto de año y medio junto a William Kentridge. Esta beca es sensacional porque básicamente, lo pone a uno en contacto con un artista de mucha más trayectoria, que lo acompaña a uno y lo asesora en la realización de un proyecto. Trabajar en el estudio de William en Johannesburgo fue una experiencia muy impresionante. Conocer cómo opera y cómo trabaja fue tremendo. Además, William es un artísta íntegro capaz de trabajar y de proyectarse con una dimensión social muy potente y ejemplar. Por otro lado, haber visto la amplitud de su práctica fue una cosa bestial. Él mezcla el dibujo, el teatro, la danza, el cine… además, cuando lo visité estaba preparando las Norton Lectures que le había comisionado la Universidad de Harvard y por donde han pasado personajes como Borges o Stravinsky. Las “Seis propuestas para el próximo milenio” las escribío Italo Calvino para las Norton Lectures. Cada invitado tiene que desarrollar seis conferencias a lo largo de uno o dos años durante los cuales tienen a su servicio a todo el profesorado de Harvard. Lo más impresionante es que William ha sido el primer artista plástico al que han invitado a dictar estas conferencias. Él se metió a trabajar con el tiempo y la ciencia cuántica. Su taller está siempre lleno de colaboradores. Hay gente de todas las disciplinas y William siempre está atento a sus comentarios y consejos. Aprendí mucho compartiéndo con él.

 

H.J: Usted está viviendo en Nueva York desde hace tres años. ¿Qué ha aprendido allí?

M.L: Creo que entiendo un poco cómo se construyó la tradición cultural de esa ciudad. Profesores de la Bauhaus y del Constructivismo ruso, migraron a los Estados Unidos en el periodo de postguerra y educaron a una generación notable de la que salió John Cage y todos esos artistas minimalistas, que siguiendo el ejemplo de sus maestros, vincularon todas las artes. Nueva York ha tenido una fuerte tradición de pintura abstracta, pero también es fuerte en el teatro y en la danza. Y quizás por esto y por haber conocido a William Kentdrige, ahora estoy vinculando mi obra al teatro, al performance. De hecho, William me dijo una vez: “Veo que en sus instalaciones hay un protagonista ausente”. Eso me dejó pensando. Y ahora, junto a las piezas que estoy exhibiendo en el Museo de Arte de la Universidad Nacional -junto a obras de Ignasi Aballí y Bernardo Ortiz- va a haber un protagonista que va a hacer presencia, un coreógrafo y bailarín que va a activar, a mover las cosas. Su nombre es Lee Serle y lo conocí porque el también se ganó la beca Rolex. Él estuvo bajo la tutoría de Trisha Brown.

 

H.J: Entonces, ¿son piezas móviles?

M.L: Sí. Están pensadas un poco como escenografías escultóricas que permiten diferentes entradas y salidas a partir de un mismo elemento. Todo esto ha sido como un derivado de mi trabajo con los objetos y el dibujo. He deshecho el dibujo y lo he vuelto acción.

 

H.J: ¿Cree usted que se puede enseñar a ser artista?

M.L: Puede que sí. Pero no hay una metodología para eso. Yo no creo que exista un pensum que garantice que uno va a ser artista. Eso depende, sobretodo, del interés del estudiante. Puede ser crucial que un profesor, en un momento dado, dé en clavo y le haga entender al estudiante algo fundamental. Pero ese profesor no va a acompañar al estudiante por siempre. Y es importante entender que el artista siempre va a estar en formación. Producir obra es un proceso continuo y uno siempre está aprendiendo de ese proceso. Es prueba y error. Así que finalmente, no es ni la institución educativa, ni el cartón lo que hace que un artista sea un artista; es su proceso.